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Primera cita

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Kim era su apodo, el tailandés además de impronunciable a mis cortas semanas de llegar, irrecordable. Si prospera este encuentro, me aprenderé su nombre real, fue lo que pensé. Por supuesto, que no prosperó. Nos fuimos a una playa con muchas palmeras y cocos a desayunar. Yo como siempre con un café negro amargo como yo mismo y un sambuche de algo que parece y espero sea queso con jamón de cerdo con bastante grasa y sustancia, mientras mi asiática nueva amiga se pide una sopa de cerdo, que lleva fideos de arroz y muchas verduras. Aunque se ve muy apetitoso su plato, no puedo traicionar toda mi enjundia latina. Al intentar pagar, me sorprendió que ella se adelantara y cuando le pregunté el precio, me comentó que era su invitación para mí. Una curiosa primera impresión. Me sorprendió gratamente. Luego agarramos confianza y conversamos sin parar durante horas. 

Ella trabajaba en una clínica capilar de esas donde te siembran cabello o algo así, realmente no pedí más detalles a pesar de ser un buen cliente potencial, prefiero trabajar mi autoestima antes que pagar para que me inserten mi propio cabello en la frente.

Casi al mediodía se tenía que ir porque tenía otro compromiso, según ella con amistades y como dejó su auto en mi depa, nos fuimos en mi moto y al llegar me pidió pasar al baño. Antes de marcharse nos dimos unos buenos besos y sus leves agarrones. Me quedé pensando un rato en sus pompas bien alimentadas, pero ya habría otra ocasión para explorarlas mejor, pensé. Cuando se fue pasé al baño, pero parecía una habitación de Chernobyl, un hedor radioactivo inundó por completo todo el pequeño departamento y tuve que abrir puertas y ventanas. Al parecer la sopa, no le había hecho tan bien.