Segunda cita
Lisa era vendedora en una tienda de computación e informática. Una sonrisa de las más hermosas que he visto en mi vida. Transmitía una alegría desbordante y a ratos, agotadora. Me llevó a conocer el Bangkok profundo, donde no llega el turista. Donde apenas hablan tailandés y el inglés nadie lo ha escuchado ni en la radio. No hay idiomas oficiales, sólo dialectos. De fondo música autóctona se desprende de las casas, de las otras calles. Es difícil identificar el origen, pues viene de todas partes, pero crea un ambiente cálido, distendido, nostálgico y alegre a la vez.
Todos mirándome con algo de recelo, quizás desconfianza, pensé. Curiosidad, me corrigió Lisa. Me comentó que nunca ven a un extranjero y no saben cómo tratarlo. No quieren ser irrespetuosos. Pero todas las personas en el lugar, me observaban con mucha atención hasta que una mujer muy anciana, que se llevó el canto de su mano a la frente para tapar la luz de los focos y enfocarme mejor, me lanzó una sonrisa. A partir de ese momento, todas las demás personas comenzaban a relajarse sonriendo y hablándome, como si yo consiguiera siquiera entender lo más mínimo de lo que intentaban decirme. Tienes lindos ojos, me tradujo Lisa, mientras le daba las gracias a otra anciana que apenas caminaba, pero que se subió a una bicicleta y se marchó pedaleando lentamente mientras escupía un gargajo inmenso al suelo.
Probé alimentos que jamás pensé existían y otros que hubiera preferido no haberlos probado. La sangre tanto coagulada como líquida, formaba parte de la cultura culinaria local y bien apetecida por todos, más allá de la mala impresión visual, era sabrosa, pero prefería no volver a probarla en mi puta vida. Una leve sensación de náuseas provocada solamente por ver cómo manipulaban y servían la sangre en las comidas, me hizo sentir que ya debía parar. Había probado demasiadas comidas en muy poco tiempo y mi cerebro aún estaba medio atascado en el primer plato. Así que acepté un licor que dentro de la botella tenía una serpiente. Parecía bastante fuerte, pero el absenta de 90 grados aún es un parámetro insuperable.
En esta ocasión fue Lisa quien me llevó y trajo de nuestro encuentro, en su moto. Porque su inglés bastante tierno, pero escaso, hacía difícil poder entender sus indicaciones para llegar a los lugares que visitamos. Cuando me dejó en mi depa, le devolví el casco y aunque esperaba una despedida un poco más cálida, se habían acabado las sonrisas y un frío bye dio por terminada la insuperable noche.

