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Tercera cita

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Mi tercera cita no fue gracias a una aplicación de citas, sino más bien a las ganas que le tenía a mi profesora de idiomas. Como andaba tan risueña, se me ocurrió invitarla a salir. Su apodo era Rose. Muy achinada, sus ojos parecían estar siempre cerrados, pero eso la hacía más atractiva aún. Siempre hablando con un tono bajo, todo muy solemne y funerario, hasta su ropa. Una enorme falda que dejaba todo a la imaginación, hasta sus tobillos. Pero entendí que a diferencia de occidente, acá no es común que los profesores se involucren con sus estudiantes, aquí el honor existe y es inmancillable, inmaculado por lo tanto, un profesor jamás intentaría hacerse el lindo con una estudiante porque jerárquicamente, es considerado un abuso.

Aprendí mucho más de la cultura, cenando con Rose que en meses leyendo libros y viendo videos. Me llevó a un templo, donde me cobraron solamente a mí, por supuesto por no tener ojos asiáticos, seguramente, pero sólo fueron 50 centavos para poder entrar a un lugar asombroso, lleno de misticismo, paz, monjes orando, incienso y muchos gatos, muchos. Ya con eso sentía que debía haber pagado un poco más, así que luego de algunos rituales que mi compañera me orientó a seguir con ella, pude dejar una donación que servía para la mantención del lugar, alimento de los monjes y de las personas que tuvieran hambre, pues ahí me enteré que si un día tienes necesidad, puedes acudir a un templo y te ayudarán, además el dinero recaudado permite pagar estudios, viajes y lamentablemente, en algunas ocasiones vicios.

La pasamos muy bien, pero no hubo acercamiento físico alguno. Desde el saludo hasta la despedida. Quizás el punto más lascivo de la velada, fue cuando accidentalmente pasé a llevar su mano mientras caminábamos, provocando una sonrisa tímida y coqueta de Rose. Intercambiamos teléfonos y ha sido bastante lento este trámite, pero ha tenido sus matices.