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Explorando el barrio rojo

7 minutos de lectura

El primer acercamiento, siempre es un poco más tímido que los posteriores. Cuando uno recién llega, intenta no cometer errores ni tener alguna dificultad legal, en la estadía. Intentar comportarse a veces puede costar demasiado trabajo cuando estás rodeado de mujeres jóvenes, hermosas, turgentes, cálidas y que te sonríen a cada segundo. 

Cuando ves a otros extranjeros en las mismas condiciones, sientes cierta tranquilidad. Algunos en peores circunstancias, incluso. Tal vez llevan más tiempo, ya conocen mejor la dinámica de este juego y aprendieron a jugarlo. Aunque las campeonas en este juego, son las asiáticas y una que otra rusa o europea, pero las asiáticas son las mejores. Son unas geishas, en este juego, siempre y cuando tú te comportes como un soldado.

La forma de hablar el inglés, en general, es bastante malo en Asia. No todas las personas lo hablan y las pocas que lo hablan, no lo hacen muy bien. Dado que los idiomas asiáticos son tonales, eso incide en su pronunciación a veces, incomprensible, pero con un traductor en el celular, ese problema se resuelve fácilmente. A ellas, eso les provoca mucha risa. En realidad, todo les provoca mucha risa. Y mientras están en grupo, son aún más risueñas. Sin embargo en la intimidad, son bastante tímidas. En algunos casos, exageradamente vergonzosas, pero podríamos pensar que también es parte del divertido juego. 

Por estos lares, no le hicieron caso a eso del feminismo, por lo tanto las mujeres son las más femeninas del mundo. Dulces, suaves, hablan en voz y mirada baja, en la intimidad se tapan la boca cuando sonríen y además, buscan atenderte. Hacerte sentir bien. Su labor como mujer, es satisfacerte en todo ámbito. A veces pudiera resultar algo abrumador, pero sabiendo llevarlo, te darán tu espacio, si lo necesitas.

Una de las primeras tailandesas que conocí, fue en uno de los bares de Soi Cowboy. El nombre era algo así como Suthiryia. Lo recuerdo porque pidió mi teléfono para anotar su nombre y número. Estatura media, cabello largo, liso y negro. Un cuerpo que se balanceaba sensual con la música y esos ojos que daban la impresión de estar cerrados. Haciendo esos gestos asiáticos con las manos, que ahora todo el mundo hace. En occidente se ve vergonzoso, sobre todo cuando lo hacen hombres de dudosas inclinaciones, pero en esta parte del mundo, cuando lo hacen las asiáticas, te dan ganas de comerlas. Todo en ellas es sensual. Incluso cuando se enojan y gritan. Ahora entiendo porqué este lugar del mundo tiene tantos nacimientos.

Como suele suceder, mi cerveza costaba la mitad de lo que debía pagar por cada trago de mi acompañante, pero valía cada centavo. Ella solo intentaba agradar, siempre fue muy respetuosa y amable, pero tenía un jueguito con su lengua que me inquietaba. Y ella lo sabía. Cuando le pregunté si podía llevarla al departamento que había alquilado, me dijo que tenía que preguntarle a su jefe, porque seguramente debía pagar por salir antes. Además, ella necesitaba 40 dólares para el taxi. Le comenté que era demasiado, que le podía dar 20. Con una macabra, pero encantadora sonrisa me dijo que si le daba 30 dólares para el taxi, entonces podía ir conmigo, de lo contrario prefería quedarse. Era parte del juego, yo lo entendía. El mismo juego en Barcelona, en Río de Janeiro o cualquier otra ciudad del mundo. Acordamos que serían 30 dólares. Igual le hubiera pagado los 40, pero ya sabía que me iba a terminar costando más de 50 todo el trajín de esa noche. Llamó a su jefe a la mesa, haciéndole una señal con los dedos. El jefe llegó de inmediato, siempre todo rodeado de respeto y solemnidad. 

  • Cincuenta dólares al local – me indicó el jefe, también sonriendo-. Y ella te puede acompañar. 
  • ¿Cincuenta? – pregunté abriendo enormes mis ojos.
  • Cincuenta – me confirmó el pequeño asiático amablemente-. Muy temprano, mucho cliente esta noche.
  • ¿Y si me la llevo al cierre del local? – pregunté pícaramente.
  • Ella nunca se va al cierre del local. Siempre se la llevan antes – me respondió el jefe lanzando una burlesca carcajada-. ¿Vale?

Y comenzamos a reír los tres, sabiendo que yo ya había perdido. Estaba demasiado ebrio, algo cansado, solo y viejo. Pagué y nos retiramos.

Cuando nos subimos al taxi, mi acompañante me recordó comprar algo para beber, porque sería más difícil encontrar alguna botillería abierta, además que ya pasada la medianoche era ilegal la venta de alcohol. Para comer podíamos usar Grab, de hecho, sin dudas lo usaríamos. La comida asiática es tan liviana que puedes andar con hambre gran parte del día.

El taxi nos acompañó a una especie de pequeña tienda que vendía sopas, chocolates y algo para beber. Mi compañera que ya hacía de traductora, cruzó algunas palabras con la dependienta del almacén y la señora, sonriendo se perdió en el fondo del local, para regresar a los minutos con unas bolsas negras. Debí pagar cerca de 10 dólares y nos fuimos al departamento. Apenas llegamos, mi tailandesa amiga pidió algo de comer por Grab, que debí pagar también cerca de 10 dólares más y luego me pidió el dinero para el taxi, que le había prometido. 

Una vez que estuvo todo en su sitio, comenzó la mejor parte del juego íntimo. Ella se mostraba algo asustada, siempre tímida y sonriente, enamorada y complaciente. Como nunca me ha gustado el condón, porque siento que es un retraso de la civilización tener sexo sin sentir los fluidos, le pregunté cuánto más debía pagar si no quería usar condón, me dijo que el taxi subía 10 dólares más, entonces. 

No es que yo sea un potro, pero parte del juego, seguramente consistía en exagerar el momento, aunque los gritos comenzaron a preocuparme por los vecinos. Así que fui disminuyendo la marcha y ella sus gritos. Al rato llegó la comida justo a tiempo, porque ya el cansancio, el hambre y el sueño, me estaban matando. Yo aprovechaba cada momento para beber cerveza y así no sentir resaca y ella tenía una botella de algún licor espumante o algo parecido de color rojo, pero ya nos pilló la mañana y yo me fui desvaneciendo, casi sin darme ni cuenta. Si hubiera muerto en ese instante, habría sido con una enorme sonrisa que no cabía en mi rostro.

Cuando desperté ella estaba recién bañadita, con un aroma exquisito en la piel, que invitaba a continuar disfrutándola, además tenía la mesa servida. Yo sentía una resaca bastante fuerte, pero había que aprovechar cada centavo invertido, así que la llevé a la cama nuevamente, a ensuciarla completamente. La acosté y la dejé mamando un rato, como si fuera una ternerita. Ella movía sus piernas blancas sin ninguna cicatriz, sus pies perfectos, como si hubiera sido dibujada, se acariciaba las piernas mientras me miraba como esperando aprobación para continuar. 

Después que se bañó por segunda vez y pudimos desayunar, se retiró porque ya era domingo y ella debía ir al templo a “hacer mérito”, según me comentó. No quise preguntarle más detalles, pero ya había sido suficiente para mí. Necesitaba dormir un par de semanas para poder recuperarme.